jueves, 2 de abril de 2015

De "estación de penitencia"

No ha pasado ni media Semana Santa y ya estoy que no puedo con mi alma.

Este año tuve la genial idea (ya sabéis, de ésas que salen de repente, sin pensar), de sacar a Campanilla vestida de nazareno en una procesión. Así que el Domingo de Ramos, nos plantamos allí, en la puerta de la Parroquia, con un calor del copón, dispuestos a "disfrutar" de un estupendo día de Semana Santa.

Campanilla, no hay ni qué decir, que iba más contenta que unas Pascuas con su capa, su cesta de caramelos, su capirote y su antifaz de terciopelo (muy idóneo todo para días calurosos). Allí nos esperaba la Pequeña Boo y Terremoto, con sus respectivos padres y sus agnegados abuelos, porque oye, las geniales ideas, o las seguimos todos juntos o ninguno.

Yo, que soy muy precavida y ante la incertidumbre que da el hacer una cosa por primera vez, iba cargada de botellas de agua, galletas y de un bolsón de caramelos de "tropecientos" kilos, con el cual casi iba barriendo las calles de arriba a abajo. Vamos, que más que una bolsa, parecía el saco de Papá Noel. Pero oye, que yo estaba super orgullosa, porque sabía que gracias a ello, Campanilla no se quedaría sin caramelos durante el trayecto.

Pero....parece ser que me equivoqué. Se ve que la niña, al ver mi cara de sufrimiento por el peso que estaba soportando, decidió repartir caramelos a diestro y siniestro, quedándonos sin ninguno casi a los 20 minutos de haber empezado. Si hasta tuve que sacarla un par de veces de entre una marabunta de niños ansiosos por recibir uno de esos preciados bienes, que mas que caramelos parecía que estaba repartiendo monedas de oro. Miedito daban, vamos!!!.

Al igual que Campanilla, ahí estaba, en la retaguardia, como apoyo logístico, la Pequeña Boo, repartiendo a la velocidad del viento y Terremoto, que a medio camino, decidió echarse la siesta en su carrito, pasando de caramelos, procesión y de todo lo que le rodeaba. 

Terminado todo, acabamos sacando a la niña de la fila, con los bajos de la capa que daban penita de verlos, con tres pelos en cada coleta y el resto a su libre albedrío y con el capirote medio caído para un lado, deseando todos llegar a casa, quitarnos los zapatos y mojarnos el gaznate con lo que fuera, cerveza, refresco, agua....

Pero claro, nosotros que somos así de no dejar nada a medias, nos gustó tanto la experiencia, que decidimos coger de nuevo el Martes Santo y aventurarnos a meternos en otra marabunta de gente para ver a Pequeña Boo, que repetía de monaguillo en otra Hermandad.

Y así nos lanzamos de nuevo la familia unida (que jamás será vencida), dos horas antes de la salida de la procesión, para coger el mejor sitio posible y así no perdernos el "paso triunfal" de nuestra Pequeña Boo y de su mami.

Como siempre, yo cargada de un bolsón de patatas variadas para entretener a los peques y de las imprescindibles botellas de agua.

Durante la espera, toda la familia nos lo pasamos "chachi piruli", intentando controlar los incansables aleteos de Campanilla por un lado, que acabó con los leggins que parecía que había hecho penitencia de rodillas detrás del paso, y por supuesto, de Terremoto, que entre querer mangarle la pelota a un niño que había al lado, bañarle los pies con batido a su santa abuela para que la pobre no tuviera calor, acabar sentándose en una sillita ajena aprovechando el despiste de su dueña, tumbarse en el suelo boca arriba como si estuviera tomando el sol en Punta Cana, llevándose con él varios gusanitos y colillas pegados en la camiseta y tirar "patatas-pelotazos" al suelo, para luego comerse varias, con alguna que otra pelusa incluida sin hacerle ni siquiera un poquito de asco....

Total, que cuando pasó la procesión, Mami Terremotil dió por perdido el dinero invertido en su sección de peluquería, yendo con varios mechones de pelo menos del estrés, Papi Terremotil juraba y perjuraba con los ojos desencajados que una y no más Santo Tomás, a la abuela se le pegaban los zapatos al suelo del dulzor del batido (pero fresquita, eso sí), el abuelo iba con la camisa sudada como un pollo y según él "escozío perdío", Campanilla con una coleta mirando a Cuenca y otra a Logroño, Terremoto con churretes por todos lados y hasta con una gominola chuperreteada pegada por dentro de la camisa y yo con un dolor de riñones, que parecía que había sacado sola el paso a cuestas.

Pasada toda la odisea, al final para olvidar el mal rato, todos acabamos en un bar para por lo menos llegar a casa cenados y sólo dispuestos a tirarnos en plancha en la cama y poder dormir!!!!.

Ainssss y todavía queda la otra mitad de la Semana Santa!!!. Creo que voy ahora mismo a la farmacia a por un palet de valerianas.